8.- La estación como único testigo
-¿Por qué? ¿Por qué? –aullaba Mario mientras sacudía el cuerpo inerte de
Roberto Massara.
-Déjalo –clamó Daniel-, lo vas a matar.
-¿Por qué? ¿Por qué?
-Déjalo –repitió Daniel.
-No –fulminó con la mirada Mario a su amigo-, va a hablar, el hijo de
puta va a hablar.
Roberto Massara no pudo contener una mueca de burla.
-Y encima te reís, basura. Hablá, te digo. ¿Por qué?
-Déjalo, boludo.
El pavimento ya filtraba sangre y la noche se alimentaba con el ruido de
la llegada de otro tren. El silencio se había resquebrajado como un espejo y
soledad y tinieblas, una utopía ante tantas luces en ventanas y peatones ahora
visibles.
El moribundo abrió sus ojos de tal forma que pareció desgarrarse la
cara. La posición cambió: Roberto Massara sujetó por la ropa al policía y en un
esfuerzo sobrehumano balbuceó:
-¡Ciego! –un borbotón de sangre confundió la frase final- ¡eiogo!,
maldciitrio eiogo.
Esas fueron sus últimas palabras.
FIN
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