jueves, 8 de diciembre de 2011

La Estación Como Único Testigo. Cap 4.

4.- El Novio

El Sierra X-R4 estuvo frente al edificio desde las 23:37 P.P. El color negro del auto hacía juego con el traje oscuro del ocupante y con las ideas del mismo.


Roberto Massara se acomodó en el asiento y releyó la carta que había encontrado días atrás:

Mónica:

Ausencia, falta destino tu no estar, e ncuerpo, en substancia, en calor. Ausencia de sentido, en mi vida, al no verte sonreír, al no atreverme a un roce, sugestivo, sin tacto, sólo pasión de la fantasía, fantasía ausente...sin vos.

Esta carta, mi mayor atrevimiento; perdón, cobarde me declaro, es que...¿tengo acaso alguna oportunidad? El cielo está lejos me dijeron de chico, y haberlo visto tan cerca, quezás pecado, es que ahora no me conformo con nada, nadie. Solo, solo estoy en tu ausencia y espero, la oportunidad, el brío, y tus abrazos.

No sé porqué te nombro “amor imposible”, no sé porqué me duele tanto esa etiqueta pegada a mi corazón con la consigna: “frágil”. Pero no me importa, espero, no sé qué, no sé nada, sólo espero, mientras las telas de araña se acumulan a mi alrededor en formas asombrosas, corazón, espada, Cupido, flor. Y yo espero, el coraje, o el milagro, de que pienses poder amarme, y ser amada, y espero, espero, otra vez espero la oportunidad.

Recuerdo nuestro último encuentro, y tu mirada de Medusa, paralizante, de mi tiempo, de mi raciocinio, sólo el corazón que late, golpea y grita: Mónica, Mónica, como yo estoy gritando ahora, como yo pienso gritar siempre. ¿Qué me hiciste? ¡Por Dio, ¿Qué me hiciste?! Todo es inútil, no puedo olvidar, no puedo dejar de gritarte.

Mariano.

Estrujó la carta mientras un sabor dulzón se mezclaba con su saliva luego de marcar afluentes en su rostro. Y en el recuerdo, la voz de ella al teléfono: “el jueves, a la una de la noche”. Las voces siguen su curso normal en la evocación: “¿Quién era?”, y la respuesta hollywoodense “equivocado”.
Un torbellino de memoria, lágrima, “te amo”, lágrimas, “yo también”, más cartas, río dulce y dolor.
-No más llanto- se prometió, y mantuvo el juramento impávido ante la llegada de su amigo. El hombre que sus labios atenazan en un susurro mortal: “Mariano”.

Las horas, eternas, siglos; y con ellas, la compañía del gélido auto y de crudas preguntas: ¿Porqué? ¿No había amor? Y tanta pasión ¿fingida? ¿Acaso no la satisfacía en la cama? ¿Y porqué con Mariano? ¿Había otros?
-Ninfomana- pensó mientras su amigo fumaba un cigarrillo en la entrada de aquél aveno.

Cuando la noche devoró al traidor, bajó decidido del auto con las llaves que su novia le había confiado. Apresuró la marcha, aún así sus pasos perseguían las huellas de las nostalgias y las dudas que golpeaban el inconsciente y que ya estaban grabadas en fiebre: ¿Había otros?

-Puta- corrigió al aprir la puerta del 2°A, en el preciso instante en que el papel de un periódico chocaba contra los barrotes del balcón en ese departamento.

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