3.- El Amante
Mariano Faltayano antes de bajar del auto miró su reloj: 0:58 A.M. Se paró frente al portero eléctrico y esperó para tocarlo: le encantaba la puntualidad extrema.
Era este puntal personaje, un típico galán: alto, morocho, ojos celestes, barbita de 2 días. Todo muy estereotipado, incluso su personalidad dual, "siempre feliz" según su familia, y algo que toma hedor por dentro, quizás la realidad.
En la ficción, un chiste siempre en el momento preciso o "el verso" de unas palabras dulzonas para piropear a cualquier chica, hermosa o deslucida
-Basta que tengan dos tetas- bromeaba con sus amigos sapientes que la verdad no se disfraza de broma, y el olor a podrido no puede ocultarse siempre.
"Herrera for Men" el perfume en su cara. Un traje gris, una corbata azul y un sujetador de oro, una bufanda gris tonalidad oscura y un tapado gris que le llegaba hasta los zapatos del mismo color. Estaba completamente abrigado y, a pesar de ello, los dientes castañeaban gracias al frío espantoso y al viento que empeoraba la sensasión. Circunscribiendo a la álgida noche, la negra oscuridad, apenas combatida por una tímida luna menguante y una luz e farol a lo lejos.
-Al menos permite ver algo- reflexionó Mariano mientras observaba al mendigo y a su perro.
Miró el reloj: 1:01 A.M.
-Mierda- dijo y tocó el portero.
El combate en la cama se efectuó de manera desigual: brutalidad y desesperación contra pasión y dulzura.
Ella y él.
El empate fue pactado luego de una extenuante batalla. La despedida se alargó en un interminable beso y una promesa quedó latente: un nuevo encuentro, una nueva lucha y el mismo final.
Mariano Faltayano volvió a detenerse en la entrada del edificio. Encendió un cigarrillo y en frenética manía miró el reloj: 2:59 A.M. Esperó sesenta segundos y a las 3:00 A.M. en punto subió al auto para perderse en las sombras.
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