domingo, 4 de diciembre de 2011

La Estación Como Único Testigo. Cap 1.

Descargué un libro en el ipod con una pequeña historia que me agradó así que decidí transcribirla para ustedes :)

La historia se llama La Estación Como Único Testigo, del libro La estación y otros relatos breves, de Fabio Barone. Son 8 capítulos que estaré publicando diariamente. Disfrutenla!


Un pozo pintado vio una paloma sedienta: tiróse a él tan violenta, que contra la tabla dio. Del golpe al suelo cayó, y allí muere de contado. De su apetito guiado, por no consultar al juicio, así vuela al precipicio el hombre desenfrenado.

FÉLIX MARÍA SAMANIEGO
1- El Mendigo

Una estampita o un monolito a la miseria. Eso era el anciano sentado en la estación del ferrocarril Gral. Urquiza. Y silencio. Y soledad, triste soledad.
Los pies del viejo se apoyaban en un perro de raza desconocida, mezcla quizá de Ovejero Alemán y Pequinés, o alguna otra cruza ridícula. De esta forma, lograba refugiarse en parte del frío viento que azotaba el lugar.

Una luz también, tenue, de un farol antiguo, iluminando 71 años. Y su ropa: vestía agujeros y una gorra de lana blanca tan sucia que parecía negra. La única prenda en buen estado, que resplandecía ante tanta congoja, era una campera inflable violeta, perteneciente a algún niño sin dudas ya que no le cubría los brazos en su totalidad, por lo que desde la mitad de los antebrazos se asomaban las mangas de una deprimente camiseta manchada de grasa.

El aspecto general no difería mucho al de su ropa. Gris, flaco, y arrugas grises. El escaso pelo blanco en su cabeza realizaba una magnífica antítesis con la enorme y dispareja barba negra que nacía en algún lado oculto en su cara.

Una estampita o un monolito a la miseria.

Y silencio. Y ruidoso silencio.

Cuando el tren arribó al andén, todo pareció perder armonía, excepto la linyera que conservó su mansedumbre pétrea.

Y sonidos. Y más luz.

Bajo un halo fantasmagórico, descendieron de un vagón sólo dos pasajeros. Las pisadas llegaron al mendigo como lejanos ecos nocturnos, y la apoteosis final de la noche, cuando se mezclaron los pasos con la retirada de la máquina infernal.

El anciano no los miró; escuchó detenidamente el acercarse de los cuerpos, tal como era su costumbre. Y cuando los sintió a su lado, su brazo se elevó y la mano, cual un cenicero, clamó por la ansiada limosna. Los pasos fueron esquivos y la mano quedó sin cenizas, sólo el frío tenebroso de la noche se animó a besarla.

A las tres de la mañana, una estampita o monolito a la miseria. Y silencio. Y soledad, triste soledad. Otra vez. Una vez más.

El mendigo guardó la mano de la clemencia en un bolsillo y con la otra acarició a su perro.
     -La próxima vez habrá más suerte, amigo- le dijo, y su mascota contestó con un movimiento de cola.
     -Ya sé, tienes hambre. Yo también amigo. Yo también...

El viento en ese instante sopló con más fuerza y la estación se transformó en un caos de papeles que revoloteaban como palomas por doquier. Un pedazo de periódico fue el más valiente y remontó vuelo hasta el balcón del 2° A, en el departamento de enfrente. Fue en ese momento cuando, en la mencionada habitación, hacía su entrada sigilosa Roberto Massara.

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Mañana el segundo capítulo ;)

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