Al abrirse las puertas del vagón, Daniel y Mario bajaron a la estación y caminaron con paso cansino.
Los dos rondaban los treinta años de edad y eran amigos desde el secundario. Llevaban tres años sirviendo en la Comisaría N° 39 de Villa Urquiza; mas hacía apenas tres meses que trabajaban en horario nocturno.
-Son menos horas que de día- le había dicho Daniel a Mario.
-Sí, pero hay que aguantarlas. Además, vos contás sólo seis horas que es el turno de la guaria en el banco: de tres a nueve de la mañana. ¿Y el tiempo perdido en el viaje?
-El tren es rápido.
-¡Pufff, una luz!
-Vas a tener todo el día para vo y Claudia.
-¿Y cuando duermo?
-Má sí, andá a freír mondongo. El ofrecimiento fue para lo dos pero yo puedo ir solo.
-Está bien, no engranés. Decí que sí.
-¿Seguro?
-Que sí, che, no me rompas más los huevos
Y ahí estaba Mario, una fría noche, un fiel amigo, el trabajo y el folklore de Urquiza: el “Clarín” en el kiosco de la esquina del Banco Río; el puesto de panchos al terminar la vigilancia; y el mendigo.
El brazo se elevó y la mano, cual cenicero, clamó por la ansiada limosna. Los pasos fueron esquivos y la mano quedó sin cenizas. Mario encendió un cigarrillo. –El viejo no afloja, ¿eh? –Si le diéramos guita cada vez que pasamos, ya estaríamos seco.
-Bermúdez me habló de él hace unos días, se comenta que fue un gran artista. Pintor, creo que dijo.
-Lo que es la vida.
-Y…el destino se obstina en dar a quien no sabe usar.
-Hey, esa frase la leí en algún lado.
Un helado ventarrón que sopló pasadas las 3:00 A.M. empujó en su andar a los representantes de la ley.
-¡Que noche fría, ¿no?! – exclamó Daniel.
A lo que Mario replicó con total ignorancia:
-Pero tranquila.
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