El pasado 6 de enero de 2014, en la
comida de Día de Reyes de mi familia paterna, sentada en la cabecera de la
mesa, con mis hermanos a cada lado, hice una pregunta que surgió al azar... ¿qué
se siente tener hermanitos? Al ser la menor, no lo sé, así que pensé que
ellos me podrían decir. La verdad no recuerdo qué respondieron, pero no fue lo
que esperaba. Luego ellos me preguntaron qué se siente tener una sobrina casi
hermana menor y yo les contesté que mucha felicidad. Hubo risas, risas
por todos lados, porque mi respuesta fue lo primero que se me ocurrió (y,
siendo sincera, lo que me hubiera gustado escuchar de mis hermanos sobre mí)
pero cuando lo pensé con calma en los días siguientes, mientras veía a mi
hermosa sobrina, en verdad siento mucha felicidad. La he visto crecer, volverse una niña; recuerdo cuando era mi
pequeña Natilla con cabello rizado y cachetes prominentes, y es un sentimiento
agridulce notar el paso del tiempo cada vez que la veo transformada en una
adolescente y en la mente sabia y madura en un cuerpo cada vez más alto. Siento
felicidad porque en el transcurso de los años la he visto aprender y a veces he
podido ser su maestra, y es de las mejores cosas que he tenido oportunidad de
hacer; también me ha enseñado más de lo que puedo imaginar. Veo el reflejo
de personas que quiero en su mirada, me impresiona su forma de pensar, de
expresarse, y me llena de orgullo siempre. Cargarla mientras aún puedo, abrazarla fuerte…Siento mucha felicidad.
Pero
bueno, después de todo no es mi hermanita, así que mi pregunta sigue sin
respuesta. Lo que sí puedo responder es qué se siente tener hermanos mayores, y
para mi buena suerte, tengo hermano y hermana. Cuando ellos me lo preguntaron
les contesté que mucha felicidad (xD) y después quise extender mi
respuesta contándoles que siento como si ellos me cubrieran de la lluvia y del
viento, son mi techo en los días huracanados. Han recorrido más caminos que yo
y he andado por algunos ya pisados por ellos, me han ayudado a saber cual ruta
no tomar. Siempre me orientan y me han enseñado lo que es la verdadera
hermandad. Con nadie peleo como con ellos y con nadie me contento como con
ellos. El cariño que siento al verlos o con el simple hecho de sentir su
presencia, que desprende un halo tranquilizador me llena de paz. Me han
enseñado a compartir, a defenderme, a perdonar, a trabajar en equipo, a ser
tolerante, a reírme de mi misma (y a tomar con humor las burlas), me ayudan a
soñar pero mantienen mis pies en la tierra. Nada se compara a la complicidad
que existe entre hermanos; ellos me entienden, a veces, con una simple mirada.
Con cada uno comparto cosas, gustos, hobbies, recuerdos, que no podría ni
querría compartir con nadie más. Y a pesar de los contratiempos y
discrepancias, nos hemos mantenido unidos y logrado levantar.
Tal
vez no es correcto decir que siento mucha felicidad, porque es otra de las
tantas cosas donde las palabras se quedan cortas.